Monday, March 10, 2014

MARTINI
Varios años atrás, cuando aún me vestían con pantalones cortos y gorra, cuando aún me vestía mi madre, murió mi tío Martín Ignacio. Un hombre delgado, de tez morena, con tatuajes de espinas y espadas en cada uno de sus brazos; su rostro, marcado por el vicio, me hacía pensar en la muerte, y su cabello en la llama de una vela que se desvanece con la brisa suave.
Él vivía con mi abuela, el último de los hijos, el menor, quien no se había ido de casa para empezar su propia vida como los demás, y al parecer, quien no lo haría pronto. Era un vago sin remedio; salía todas las noches, o la mayoría de ellas, con sus amigos a algún sitio donde embriagarse y volvía en la madrugada tambaleándose de uno de sus naufragios etílicos. Mi abuela, como buena madre, le abría la puerta y lo sermoneaba, aun sabiendo que el triste beodo no podía escuchar ni su propia conciencia. A veces era violento, sin embargo siempre andaba desarmado. En ocasiones llegaba con heridas de armas blancas y golpeado de alguna riña en la que se vio involucrado, y recuerdo que en una ocasión se lo llevó la policía por una contienda con otro alcohólico en la manzana donde vivíamos. En sus momentos de sobriedad, era un tipo amable, tranquilo y soñoliento. Su habitación era la más pequeña de la casa, solo cabía su cama y un mueble para su ropa. Era todo lo que necesitaba.
El último día que lo vieron vivo, salía como de costumbre, con camisilla blanca y jeans hielo bastante gastados a eso de las nueve de la noche. Un tipo lo recogió en su moto rx115 y partieron estruendosamente. A las cuatro de la mañana llamaban a mi abuela para darle la mala nueva. La noticia se espació rápidamente, pero solo mi abuela y algunos familiares realmente sintieron la pérdida, otros ya lo preveían.

Según me contaron, se encontraban bebiendo fuera de una licorería, él y su amigo. Ninguno de ellos estaba empleado y posiblemente se dedicaban al hurto puesto que siempre tenían dinero para comprar bebidas alcohólicas. Se quedaron sin dinero para trago, pues pensaron en robar al dueño del local. Pidieron una garrafa de aguardiente y cuando la tuvieron en las manos se dieron a la fuga en la motocicleta. El vendedor los persiguió en su vehículo con arma en mano y en una de sus descargas, logró impactar la espalda de Martín, quien fue atravesado y murió al instante. El conductor de la r115 recibió la misma bala pero siguió conduciendo hasta llegar a la clínica, donde a pocos minutos de ser intervenido, murió por la detonación del proyectil.

Sunday, March 9, 2014

La infracción

Tres de la tarde en punto en un día bastante caluroso; el sol quemaba con intensidad en un cielo parcialmente nublado. Llevaba yo unos tenis sencillos, camisa negra de lycra, y pantalones cortos grises con franjas blancas. En mi mochila incluí una botella de agua fría y unos guantes de tela para proteger mis manos.
Estaba un poco retrasado, por eso la prisa de llegar lo más rápido posible a mi destino y aprovechar al máximo lo que restaba del día. Mi hermano, como de costumbre, se alistaba para acompañarme y yo de mala gana le insistía en que se apresurara porque ya iba tarde y no pensaba esperarlo un minuto más. Ya furioso, saqué mi motocicleta y la hice sonar fuertemente al encenderla; una señal para mi caprichoso hermano que seguía demorándome. Me asomé a la puerta de la casa y pude verlo discutiendo con mi madre por retrasarme siempre que me acompañaba ¡Claro! Como yo soy el del transporte.
Por fin salió él con casco en mano y en un salto medido aterrizó suavemente en el asiento del pato; me dijo: “listo papá, arranque y deje el mal genio”. Apreté el “clutch” y metí primera para luego acelerar liberando suavemente el primero mencionado. Era una cuesta poco pronunciada, aun así nos impulsó hasta llegar a los 60 km/h en un parpadeo. Yo miraba fijamente la carretera mientras él se divertía con su BlackBerry, seguramente “chateando” con alguna de sus enamoradas. Durante el viaje, yo recordé lo opuestos que éramos y somos él y yo; fresco, despreocupado, alegre, hablador, burlón y siempre con un buen sentido del humor cuando estaba rodeado de amigos, así es mi hermano. En cambio, yo, el tipo serio, tímido, poco conversador, responsable cuando la situación lo amerita y disciplinado. Tal vez esa era la razón por la cual él disfrutaba de una vida social más activa.

A unas pocas cuadras de llegar a mi rumbo, vi a unos policías que me miraban fijamente desde su motocicleta, me hicieron una señal con la mano, pero en mi distracción pensé que no era para mí. Con el rabillo del ojo pude verlos dar vuelta hacia mi dirección, y enseguida los vi a mi lado, me cerraron el camino obligándome a parar, uno de ellos se bajó rápidamente y mientras me reclamaba por qué ignoré la señal que me hicieron, quitó las llaves de mi motocicleta en un movimiento ligero de manos. Yo, bastante confundido, les pregunté cuál era la razón de que me pararan de esa manera si no iba en exceso de velocidad y llevaba todo en orden. El oficial señaló con los dedos detrás de mí y vi a mi hermano, quien ya había descendido de la moto y estaba unos pasos atrás con el casco rodeado por su brazo; el tipo uniformado me dijo: “El tripulante no llevaba el casco puesto mientras usted conducía, por eso tendré que multar el vehículo”. Miré de soslayo a mi hermano mientras sentía que la ira me invadía. Él tranquilamente dijo que se lo había quitado porque estábamos muy cerca a nuestro destino, mientras, el oficial diligenciaba el formato de comparendo. Me llamó para que firmara y quedara concluida la multa, lo hice de mala gana; subí a mi vehículo y arranqué dejando atrás a los oficiales y a mi hermano, que me hacía señas para que lo esperara ¡Qué excelentes vacaciones! ¡Mi primera infracción y sin haberla causado yo!
Amor acerbo
Era yo un muchacho, como ahora pero más ingenuo, cuando conocí el amor, o por lo menos, eso creí al principio. A donde quiera que mirara por esos tiempos, veía parejas jóvenes y felices, tal vez demasiado jóvenes a mi parecer. Ahora, un mancebo no termina sus estudios de bachillerato, cuando ya tiene pareja sentimental. Para mí todo fue diferente; provenía de un colegio de solo hombres y mi personalidad era tímida en demasía. Por tanto y más, fui a conocer de forma tardía mi primer amor, que sería luego como un pequeño dulce que al final se torna amargo.
Al principio era bastante retraído con el sexo opuesto, no me atrevía siquiera a mirar una chica a los ojos ¡Qué tormento para mi pequeño ego! Pero luego algo cambió en mí, sentí una resignación que brotaba de mi pecho al ver como los demás actuaban tan naturalmente ante hermosas mujeres y eran correspondidos; decidí pues, que el amor estaba lejos de mí, y que lo estaría por mucho más tiempo. No podía estar más equivocado…
Ella llegó a finales de Julio, por no decir que fui yo quien llegó, luego de que me mudase a Florida por caprichos de mi madre y su trabajo. Al verla, solo pude decir con certeza cuán bella era, no vi más, porque no había más. Su cabello era de un castaño claro con varios matices más oscuros, sus ojos ¡pero qué bellos eran! Verdes, pero de un verde como las hojas secas en los días más cálidos. Su boca solía estar roja, sus labios eran finos y brillantes y sus dientes en fila como perlas blancas del mismo tamaño y perfección. Su figura no era menos llamativa, como una guitarra con las cuerdas en armonioso ajuste. No era bella porque mi amor la vislumbraba así, era bella porque mis sentidos no mentían. Como siempre imaginé que pasaría, fue ella la que movió la primera ficha en el juego del… ¿amor? Sigue siendo un misterio para mí.
En esta época tecnológica, las cartitas y las fiestas ya no existen, ya no se necesitan excusas para tropezarse por “casualidad” con la persona que uno ama. Ahora todo es más simple, todo es más rápido, todo es más desechable. Aunque no haya nade de poético o romántico en lo que diré, lo diré, porque fue así y no de otra forma, a las que un alma romántica como la mía desearía fuesen las danzas del cortejo.
Ella no se atrevía a hablarme, y de alguna forma, sabía que yo tampoco lo haría ¡Qué angustia y qué aflicción es ignorar los sentimientos de aquel ser que uno desea como propio! En fin, decidió después de varias semanas buscarme y agregarme como amigo en una reconocida red social de estos tiempos. Aceptada la solicitud de la bella niña, pude imaginar que deseaba conocerme y tal vez ser mi amiga ¡Ahora me río de mi ingenuidad! Recuerdo que luego todo fue tan ligero, tan breve, tan efímero; varias horas de chat, dos o tres salidas y sentí como mi corazón deseaba su presencia en todo momento. Los colores eran opacos, las horas tediosas, el sol de cada día quemaba con más intensidad, siempre que ella estaba lejos de mí. Así era mi deseo, un amor desbordado por tantos años de soledad.
Solía visitarla todos los días, cuando no, al menos tres veces por semana. Ella me prometía amor eterno, y yo solo temía el día en que me dejase de amar, porque así es el cariño de los mancebos, fugaz. Siempre quise para mí una mujer recatada, sencilla, leal y sobre todo sincera; temí con todas mis fuerzas equivocarme, porque añoraba un alma gemela que compartiera mis cualidades y no mis defectos… pedía mucho sin duda alguna.
Yo aceleraba sin precaución en medio de la penumbra que yo concebía como luz divina, no veía la robusta tapia que presurosa se interponía para acabar de una vez por todas conmigo. Hubo altibajos en la relación que yo pensé se fortalecía con el paso de los días; momentos de sosiego, satisfacción y atrevida felicidad, como momentos de rabia y aflicción, esto era a mi parecer lo natural. Ella, mi pareja, me sacaba amplias sonrisas con tan solo verla. Concebía yo en ella un alma pueril y libre de culpa, siempre cándida al hablarme ¡Qué iba a imaginarme yo que existieran seres siniestros capaces de semejarse a ángeles terrenales! Me cegué ante tanta graciosidad y encanto para finalmente chocar con la pétrea realidad, el espaldar repulsivo de este mundo y su seductora fachada.
Ella me mentía con regularidad, hecho que me fue revelado sucedido el infortunio, mi infortunio, y digo mío porque fui yo el único que lo padeció. Se burlaba de mí, su maldad se camuflaba con mi presencia y yo creía ciegamente en sus palabras, no me atrevía a cuestionarla, pero la duda me carcomía desde lo profundo. Sabía que algo no estaba bien, que algo fallaba y en mi estupidez me atreví a culparme. Llego la hora aciaga, dolorosa, temida para mí, en que ella desistió de mi cariño, excusándose en la necesidad de un tiempo para ella. Yo no era tan necio como para ignorar esa señal, sabía que significaba mucho más que un tiempo, que me alejaba de ella por algún motivo impropio, que en realidad fueron muchos. Me dolió, sufrí de una forma que antes no conocía; conocía el dolor pero no en esta modalidad. Fue un golpe certero, sentía un vacío que reposaba en mi pecho y manifestábase  duradero; entré en desesperación por el agostar de la tristeza y la ira ¡Qué impotencia! Fui burlado y ridiculizado como nunca pensé serlo...


ESPÍRITU NAVIDEÑO
En vísperas de navidad, salí lo más rápido que pude de casa en busca de los regalos que no había comprado. No recuerdo muy bien la hora, creo que entre las ocho y nueve de la mañana. Ese día me había despertado con la música navideña que emitía la iglesia más cercana a mi casa, unos cantos que a mi parecer eran bastante tétricos. Eran voces a coro que decían palabras ininteligibles, seguidas por una voz grave que cada cierto tiempo intervenía. En fin, mientras sorteaba el tráfico en mi moto, suelo ir rápidamente en medio de los carros cuando hay embotellamientos, vi a varios conductores enfurecidos; seguramente ellos tampoco habían comprado sus regalos.
En mi recorrido fui testigo de cómo un automovilista golpeó fuertemente con su vehículo a un sujeto que iba en cicla y le impedía el paso, alegaba lleno de ira ir tarde a comprar sus regalos navideños, eso creí al verlo agitar fuertemente sus brazos mientras se bajaba de su auto. También vi a dos tipos bajarse de sus respectivos autos y atentar el uno contra el otro, comenzaron diciendo toda suerte de vulgaridades y después se fueron a los golpes. En lo que pude ver, uno de ellos presionó varias veces la bocina de su auto, y al sujeto que iba adelante le molestó eso.
Por fin estaba llegando al centro comercial. El parqueadero totalmente lleno y una larga fila para entrar a este. Decidí dejar mi motocicleta en la casa de un amigo que vivía relativamente cerca y volví a pie hasta el centro comercial. La gente caminaba muy rápido por los pasillos con sus carritos de compras. Pasaban unos tan cerca de otros que pensé que podrían chocar en cualquier momento, ya que parecían no notar sino la presencia de los productos que se disponían a comprar. Me detuve a preguntarle a una mujer que si por casualidad sabía dónde se encontraba la sección de aparatos tecnológicos y de uso doméstico, y me dijo enfurecida que si le había visto cara de tendera o algo por el estilo, luego se dio la vuelta e hizo como si yo no estuviera ahí.
Después de dar un par de vueltas por el lugar, finalmente llegué a la sección donde pensaba comprar ciertos artículos. Una multitud forcejeaba por tomar unos cuantos productos que estaban por agotarse. Dos mujeres tomaron al tiempo el último ítem que quedaba en una estantería, comenzaron a discutir acaloradamente para luego agredirse físicamente. Al rato llegaron los de seguridad y las separaron, el artículo por el que tanto peleaban, quedó hecho añicos durante la riña.

Sentí rabia y desconcierto. Me volví a casa sin comprar nada mientras pensaba en qué significaba para mí la navidad ¡Carajo! Si yo ni siquiera creo en semejante fiesta pagana, solo lo hago porque todos lo hacen, por los relagalos. Al llegar a casa, le dije a mi familia que no les daría regalos, que cuando me naciera hacerles un presente, lo haría, sin importar la fecha del año y lo que se celebrara en esta. 
Exhumación
Eran aproximadamente las 4 de la tarde, hace 12 años, cuando casi toda mi familia paterna, mi madre y mis hermanos, se disponían a salir al cementerio central de la ciudad. Estaban hay mis queridas tías, las dos más jóvenes que hasta el día de hoy siguen solteras, mi abuela y mi único tío, último hijo vivo de mi pobre abuela que asistía a la exhumación de su tercer hijo muerto.  Estaban también otras personas cuyos rostros no recuerdo, muy allegados al difunto mientras este aún vivía, posibles amigos que aún lo recordaban después de tantos años de fallecido.
Al llegar al cementerio junto con mi madre y mis dos hermanos, caminamos a paso lento hasta llegar al lugar donde se encontraba él; muchos nombres que no  recuerdo, estaban fijados en bonitas lápidas decoradas con flores, algunas con una fotografía de la persona que ahí yacía. La lápida de él ya estaba bastante gastada y agrietada; a su lado, unas flores amarillas ya marchitas. Se podía leer: “Marcos Manrique Santander   - 1997” Es lo poco que recuerdo.

Ya todos reunidos frente al lugar donde él permaneció durante cinco años, un tipo viejo y bastante canoso se dispuso remover la lápida sellada con cemento con la ayuda de un martillo y un cincel. Mientras este golpeaba fuertemente el cemento y la losa para extraer el ataúd, los presentes charlaban sobre la personalidad del difunto, sobre todo de sus cualidades; nadie recordaba sus defectos. En ese momento, ya brotaban lágrimas del demacrado rostro de mi abuela, la primera y la última en llorar desde que permanecimos en el cementerio, mientras mis tías solteronas la consolaban, seguramente con un nudo en la garganta. El tipo viejo soltó el martillo y el cincel, y con las manos desnudas removió lo poco que quedaba de la estela. Todos se acercaron lentamente mientras se extraía el ataúd bastante estropeado y empolvado. El viejo del cementerio miró por unos instantes el rostro de mi abuela mientras ella asentía con sus ojos cerrados con fuerza y labios temblorosos.  Luego, con fuerza, fue arrancada la parte superior del féretro, dejando al descubierto una calavera un poco negra. Me sorprendió ver cuán largo era el cabello del cadáver. Mientras inspeccionaba con la mirada los restos de mi padre, un profundo sentimiento de tristeza inundó mi pensamiento; recordé brevemente los pocos recuerdos que tenía de él; los más simples tal vez, pero ahora eran los más nostálgicos. El nudo en mi garganta se hizo insoportable, las lágrimas comenzaron a salir abruptamente junto con un alarido bastante débil, luego entre sollozos grité “¡pa!” con frágil voz. Mi hermano justo al lado mío, cedió a las lágrimas conmigo. Lloramos amargamente mientras se extraían los huesos y se depositaban en una bolsa negra. No fijé mi atención en la reacción de los otros presentes. La visión era borrosa mientras frotaba con fuerza mis ojos con las palmas de las manos.