Amor
acerbo
Era yo
un muchacho, como ahora pero más ingenuo, cuando conocí el amor, o por lo
menos, eso creí al principio. A donde quiera que mirara por esos tiempos, veía
parejas jóvenes y felices, tal vez demasiado jóvenes a mi parecer. Ahora, un mancebo
no termina sus estudios de bachillerato, cuando ya tiene pareja sentimental.
Para mí todo fue diferente; provenía de un colegio de solo hombres y mi
personalidad era tímida en demasía. Por tanto y más, fui a conocer de forma
tardía mi primer amor, que sería luego como un pequeño dulce que al final se
torna amargo.
Al
principio era bastante retraído con el sexo opuesto, no me atrevía siquiera a
mirar una chica a los ojos ¡Qué tormento para mi pequeño ego! Pero luego algo
cambió en mí, sentí una resignación que brotaba de mi pecho al ver como los
demás actuaban tan naturalmente ante hermosas mujeres y eran correspondidos;
decidí pues, que el amor estaba lejos de mí, y que lo estaría por mucho más
tiempo. No podía estar más equivocado…
Ella
llegó a finales de Julio, por no decir que fui yo quien llegó, luego de que me
mudase a Florida por caprichos de mi madre y su trabajo. Al verla, solo pude
decir con certeza cuán bella era, no vi más, porque no había más. Su cabello
era de un castaño claro con varios matices más oscuros, sus ojos ¡pero qué
bellos eran! Verdes, pero de un verde como las hojas secas en los días más
cálidos. Su boca solía estar roja, sus labios eran finos y brillantes y sus
dientes en fila como perlas blancas del mismo tamaño y perfección. Su figura no
era menos llamativa, como una guitarra con las cuerdas en armonioso ajuste. No
era bella porque mi amor la vislumbraba así, era bella porque mis sentidos no
mentían. Como siempre imaginé que pasaría, fue ella la que movió la primera
ficha en el juego del… ¿amor? Sigue siendo un misterio para mí.
En
esta época tecnológica, las cartitas y las fiestas ya no existen, ya no se
necesitan excusas para tropezarse por “casualidad” con la persona que uno ama.
Ahora todo es más simple, todo es más rápido, todo es más desechable. Aunque no
haya nade de poético o romántico en lo que diré, lo diré, porque fue así y no
de otra forma, a las que un alma romántica como la mía desearía fuesen las
danzas del cortejo.
Ella
no se atrevía a hablarme, y de alguna forma, sabía que yo tampoco lo haría ¡Qué
angustia y qué aflicción es ignorar los sentimientos de aquel ser que uno desea
como propio! En fin, decidió después de varias semanas buscarme y agregarme
como amigo en una reconocida red social de estos tiempos. Aceptada la solicitud
de la bella niña, pude imaginar que deseaba conocerme y tal vez ser mi amiga
¡Ahora me río de mi ingenuidad! Recuerdo que luego todo fue tan ligero, tan
breve, tan efímero; varias horas de chat, dos o tres salidas y sentí como mi
corazón deseaba su presencia en todo momento. Los colores eran opacos, las
horas tediosas, el sol de cada día quemaba con más intensidad, siempre que ella
estaba lejos de mí. Así era mi deseo, un amor desbordado por tantos años de
soledad.
Solía
visitarla todos los días, cuando no, al menos tres veces por semana. Ella me
prometía amor eterno, y yo solo temía el día en que me dejase de amar, porque
así es el cariño de los mancebos, fugaz. Siempre quise para mí una mujer
recatada, sencilla, leal y sobre todo sincera; temí con todas mis fuerzas
equivocarme, porque añoraba un alma gemela que compartiera mis cualidades y no
mis defectos… pedía mucho sin duda alguna.
Yo
aceleraba sin precaución en medio de la penumbra que yo concebía como luz
divina, no veía la robusta tapia que presurosa se interponía para acabar de una
vez por todas conmigo. Hubo altibajos en la relación que yo pensé se fortalecía
con el paso de los días; momentos de sosiego, satisfacción y atrevida
felicidad, como momentos de rabia y aflicción, esto era a mi parecer lo natural.
Ella, mi pareja, me sacaba amplias sonrisas con tan solo verla. Concebía yo en
ella un alma pueril y libre de culpa, siempre cándida al hablarme ¡Qué iba a
imaginarme yo que existieran seres siniestros capaces de semejarse a ángeles
terrenales! Me cegué ante tanta graciosidad y encanto para finalmente chocar
con la pétrea realidad, el espaldar repulsivo de este mundo y su seductora
fachada.
Ella
me mentía con regularidad, hecho que me fue revelado sucedido el infortunio, mi
infortunio, y digo mío porque fui yo el único que lo padeció. Se burlaba de mí,
su maldad se camuflaba con mi presencia y yo creía ciegamente en sus palabras,
no me atrevía a cuestionarla, pero la duda me carcomía desde lo profundo. Sabía
que algo no estaba bien, que algo fallaba y en mi estupidez me atreví a
culparme. Llego la hora aciaga, dolorosa, temida para mí, en que ella desistió
de mi cariño, excusándose en la necesidad de un tiempo para ella. Yo no era tan
necio como para ignorar esa señal, sabía que significaba mucho más que un
tiempo, que me alejaba de ella por algún motivo impropio, que en realidad
fueron muchos. Me dolió, sufrí de una forma que antes no conocía; conocía el
dolor pero no en esta modalidad. Fue un golpe certero, sentía un vacío que reposaba
en mi pecho y manifestábase duradero;
entré en desesperación por el agostar de la tristeza y la ira ¡Qué impotencia!
Fui burlado y ridiculizado como nunca pensé serlo...